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Intestino, hígado y cerebro: los protagonistas de nuestra salud.

Quienes hacemos medicina humana y global, medicina para y por la persona, comprendemos que “todas las partes” del enfermo deben ser valoradas y no podemos segmentarlo o “lonchearlo” como expresaba la Dra. Kousmine. Sin embargo, es indiscutible que ciertos órganos desempeñan un papel crucial en la salud y están involucrados en tal cantidad de reacciones metabólicas, inmunológicas, endocrinas y neurológicas, que merecen una atención especial, tanto en la valoración y anamnesis de consulta, como en la estrategia terapéutica a aplicar.

En este momento no pretendo realizar un examen detallado de las funciones imprescindibles para la vida de estos tres protagonistas, entre otras cosas, porque requeriría varios tomos de una amplia obra técnica, pero si voy a recordar solo algunos ejemplos que, como “botón de muestra”,  servirán para justificar suficientemente el por qué hay que comenzar por ellos cualquier terapia que pretenda tener en cuenta al individuo, a la persona, y no simplemente a los síntomas.

El intestino: centro neurálgico de la salud global del individuo

Hace casi veinte años se puso de moda, en nuestro sector, el término Psico-neuro-inmuno-endocrinología, para definir una especialidad que entendía la interrelación de cada una de las partes que formaban parte de su definición. Pero, con todos mis respetos, es “más de lo mismo”, ¿por qué hay que denominar una forma de hacer medicina o terapia de tal manera?… Simplemente para recordar una obviedad: nuestro cuerpo es mucho más que una “maquinaria perfecta” donde cada parte no deja de ser “un todo” y no es posible creerse que si una pieza de todo un engranaje, tan bien coordinado e interdependiente, falla, el resto no se vea influenciado, en menor o en mayor medida. Ahora se habla y escribe mucho de la “Enteropsicología” como una manera de definir la relación bidireccional que existe entre el Cerebro Central y el Cerebro Entérico (intestino). Reconozco que esta definición me convence más, aunque solo sea para darle al intestino la relevancia que merece. Si bien es cierto que se pudiera hablar perfectamente, también, de “Enteroinmunología” o “Enteroendocrinología”. No hay duda, y cientos de estudios científicos lo avalan, el intestino es el centro neurálgico de la salud global del individuo.

Se le atribuye a Hipócrates, entre otras, la frase: “Todas las enfermedades tienen su origen en el intestino” y el tan citado Jean Seignalet, médico e investigador, suscribiría esa afirmación. Su teoría, ampliamente documentada en la obra: “La Alimentación: la Tercera Medicina”, se fundamenta en el hecho de que, dejando a un lado la pequeña proporción de los Síndromes y afecciones de origen genético, las enfermedades tienen su origen en un ecosistema intestinal alterado, con una integridad de mucosa deteriorada, perjudicada por una alimentación moderna inadecuada y factores estresantes que favorecen la Hiperpermeabilidad Intestinal, como se puede observar en el siguiente gráfico.

 

Intestino y Sistema Inmunitario

El 80% del Sistema Inmune se encuentra en la base de la mucosa intestinal, en lo que se denomina GALT (Tejido linfoide asociado a la Mucosa Intestinal). Se trata de una barrera que impide la absorción de antígenos (sustancias extrañas que pueden resultar perjudiciales para la salud) y permite la absorción de nutrientes, además de prevenir y neutralizar las infecciones bacterianas, virales o parasitarias. Los pequeños poros de la mucosa intestinal deben dejar pasar pequeñas moléculas, de esta forma no excitan al sistema de defensa extracelular y sanguíneo. Para proteger nuestro organismo de antígenos esta vital mucosa cuenta con un grupo de “soldados especializados” encargados de neutralizarlos, o bien “gritar” para que nos enteremos de que algo no va bien. Te los presento:

  • La IgA es la inmunoglobulina (anticuerpo) más abundante presente en la mucosa intestinal (80-90%) y desempeña un papel crucial como primera defensa frente a toxinas y a la colonización e invasión de patógenos, poseyendo una amplia gama de actividad antitumoral y antimicrobiana.
  • La IgM es también una inmunoglobulina fundamental en la respuesta inmune precoz y se encuentra igualmente en la superficie intestinal pero en menor proporción (6-18%) que la IgA, debido a la existencia de un menor número de células plasmáticas mucosales productoras y a un transporte menos eficiente al lumen intestinal (vamos, que se “fabrican menos y se trasportan peor” hasta nuestro intestino). Resulta especialmente importante frente a los antígenos bacterianos no proteicos y la presencia de niveles altos de anticuerpos IgM específicos contra un agente patógeno nos están indicando una infección reciente.
  • La IgD es como “la hermana pequeña” de la que todos se olvidan en esta importante “saga” de inmunoglobulinas, pero lo cierto es que cumple un papel vital en la maduración de los linfocitos B, por lo que resulta vital para la identificación y detección de antígenos.
  • Pero, ¿y cuáles son esas que “gritan” para que nos enteremos?… las IgE, que en condiciones normales, interviene en la respuesta inmune protectora contra parásitos especialmente helmintos (*4), y que, sin embargo, resulta crucial para avisarnos de una alergia alimentaria al “aliarse” con una “célula gordita”, los mastocitos (se sitúa en su membrana), y provocar una respuesta alérgica con una sintomatología evidente, gracias a la liberación de histamina y leucotrienios. Sí, sí, eso que nos provoca los síntomas que no nos gustan nada: congestión, rinorrea, picores, etc, e incluso en alergias mayores, reacciones que pueden llegar a ser graves, como el Shock anafiláctico (choque alérgico).

(*4) Parásitos pluricelulares complejos, macroscópicos y mayores que los parásitos protozoarios, con un tamaño que puede oscilar entre menos de 1 mm hasta 1 m o más !!!, Mi experiencia es que en la clínica convencional se suele menospreciar su presencia mientras no provoquen una sintomatología evidente para el médico. No es extraño que a alguien que presenta un tránsito intestinal irregular, abombamiento abdominal, muchos gases y problemas de absorción de nutrientes con niveles de eosinófilos elevados solo se le pregunte por “alergias”, cuando dicha eosinofilia aunada a los síntomas comentados puede estar señalando una parasitosis. Entre los más habituales nos encontramos: Ascaris Lumbricoides, Enterobios Vermicularis (Oxiuro), Taenia (Tenia), Fasciola, Strongyloides….

Teóricamente, al hablar del intestino, no debería ser necesario acordarnos mucho de las IgG, ya que este “soldado” está presente básicamente en la sangre y en los líquidos intersticiales, pero en la mucosa, que es lo que nos ocupa ahora, su presencia es considerada simbólica, para muchos autores. Sin embargo, es interesante que para algunos de ellos, cuando existe una Disbiosis Intestinal asociada a procesos de sensibilización de la flora, donde primero existe una respuesta inmunitaria exacerbada y luego una inflamatoria, también se observa un número elevado de anticuerpos IgG en mucosa, actuando sobre las bacterias fisiológicas intestinales (Macpherson, A., Khoo, U.Y., Forgacs, I., Philpott-Howard, J.J. y Bjarnason, I.;1996 – Mucosal antibodies in inflammatory bowel disease are directed against intestinal bacteria. Gut. 38(3): 365-375).

Todo esto no significa que obviemos que todas las inmunoglobulinas actúan de manera sincronizada y en equipo, como si de una orquesta de músicos expertos se tratara. Por ejemplo, los linfocitos B producen IgG cuando al cuerpo lo ataca el mismo microorganismo en infecciones recurrentes y se les suele involucrar entre las causas de las intolerancias alimenticias (Ver recuadro: LAS ALERGIA ALIMENTARIAS, LAS INTOLERANCIAS ALIMENTARIAS Y LAS SENSIBILIDADES ALIMENTARIAS: CADA VEZ MÁS COMUNES, en un próximo post).

No hay duda de que el “soldado currante” por excelencia de la mucosa intestinal es la IgA (y de todas las mucosas) y en concreto su versión más funcional es la de dos “soldados pegaditos” denominados IgA-S (IgA polimérica secretada, unidos por la sustancia ”j” de juntar, toda una “celestina”) que cuando trabajan en equipo son capaces de resistir la proteólisis intraluminal (la acción de las enzimas proteolíticas que rompen las cadenas peptídicas), y para colmo no desencadenan respuesta inflamatoria (como si hace la IgE), pero si pueden formar inmunocomplejos con el antígeno (“el malo de la película”) evitando así la penetración de microorganismos intraluminales y antígenos de la dieta, siendo, de esta forma, un mecanismo ideal para la protección de la mucosa intestinal. Efectivamente, querido lector, las IgA son la “prota de esta película” de la defensa inmune de mucosa. Si no lo tenemos claro pensemos en la conocida Deficiencia Selectiva de IgA (la más común de las enfermedades de inmunodeficiencia primaria) que puede afectar a una de cada 500 personas. Aunque esta proporción pueda impresionar, hay que decir que su incidencia clínica en muchos individuos es muy pequeña e incluso inexistente (al menos en apariencia). Sin embargo, se ha constatado que muchos de los que carecen de este “soldado de mucosa” presentan infecciones de repetición en… mucosas de la esfera ORL (al reflexionar en esta idea no puedo evitar acordarme del comentario del Dr. Andriw Weill cuando, en su libro “La Curación Espontánea”, dice que “como abajo arriba y como arriba abajo”, al referirse a que los mocos en las vías respiratorias muchas veces son la consecuencia de los mocos o mucosidad intestinal. Visto de una manera más clínica,  pondré un ejemplo, muchos de los que reaccionan generando mucosidad en las vías respiratorias al ingerir lácteos, es porque la leche previamente provocó una reacción del sistema de defensa de mucosa en el intestino, pero, incluso esto también se puede observar en quienes padecen enfermedades autoinmunes (poliartritis reumatoide, Lupus Eritematoso Sistémico, Trombocitopenia Púrpura), alergias, asma y claro… trastornos intestinales crónicos. Por cierto, hasta el momento (que yo sepa) no se ha descubierto el porqué de la variabilidad en la respuesta de unos afectados y otros. Se sospecha que la Deficiencia Selectiva en IgA puede resultar especialmente perjudicial cuando el sujeto presenta también deficiencia en IgG2.

Continuará…