Intestino y cerebro (extraído de mi próximo libro) Parte 2.
En marzo del 2016, se publicó en la revista Nutrition un ensayo clínico aleatorio dirigido por el Dr. G. Akkasheh con el objetivo de comprobar si realmente existía una vinculación entre la depresión nerviosa y las alteraciones del ecosistema intestinal. Se realizó la comparación entre 40 pacientes diagnosticados de depresión que tomaron placebo, con otros 40 con el mismo diagnóstico que tomaron un probiótico compuesto de Lactobacillus acidophilus, L. casei y Bifidobacterium bifidum. La dieta de los dos grupos fue la misma. Al finalizar las 8 semanas del estudio se constató que los pacientes que tomaron el probiótico mejoraron notablemente en la sintomatología que manifestaban en comparación con el grupo placebo. Además, el grupo del probiótico mejoró parámetros analíticos en sangre, como menor resistencia a la insulina, bajada del nivel de Proteína C-reactiva y aumento del glutatión.
PSICOBIÓTICOS ACTIVOS
En julio del 2016 la revista Journal of Neurogastroenterology and Motility publicó el trabajo recopilatorio dirigido el Dr. H. Wang, de la Universidad de Tübingen, Alemania, sobre las cepas probióticas que habían demostrado, en estudios recientes, efectividad como Psicobióticos: Lactobacillus rhamnosus. Aumenta el número de receptores de GABA en las neuronas cerebrales. Bravo, J.A. et al, University College Cork de Irlanda, Proceedings of the National Academy of Sciencies, 2011. Lactobacillus platarum. Efecto ansiolítico, aumento de serotonina y dopamina. Liu, W.H. et al, National Yang-Ming University de Taipéi, China, Behavioural Brain Research, Febrero 2011. Lactobacillus casei. Efecto ansiolítico, aumento de serotonina y reducción de cortisol en saliva. Kato-Kataoka, A. et al, Yakult Central Institute de Tokio, Japón, Beneficial Microbes, 2016. Bifidobacterium longum. Efecto ansiolítico. Savignac, H.M. et al, University College Cork de Irlanda, Behavioural Brain Research, 2015 |
Todos estos estudios y muchos otros realizados con el mismo fin, han demostrado, sin lugar a duda, algo que a los que hacemos medicina sistémica o integrativa, no nos sorprende: la salud mental está muy condicionada por el estado del ecosistema intestinal. Por otro lado, la relación entre nutrición y salud mental creo que ya la dejé claramente establecida en mi tercer libro, Comer si da la Felicidad, y también es cierto que la micronutrición y la macronutrición condicionan directamente el estado de los dos aspectos vitales a nivel entérico: la mucosa (lo que incluye como vimos el nivel de permeabilidad y el estado de los “soldados de defensa”, las inmunoglobulinas secretoras) y la microflora intestinal, es decir, el equilibrio de los millones de bacterias que habitan en nuestro intestino.
Dos pacientes que me enseñaron una gran lección
He podido comprobar en la práctica de mi ejercicio profesional, durante treinta años, lo que estos y otros estudios señalan. Muchos de mis pacientes que presentaban problemas emocionales, cognitivos e incluso neurodegenerativos mejoraban de manera casi “milagrosa” cuando realizábamos una Limpieza Vital y recuperábamos la funcionalidad de su intestino, sin ni siquiera utilizar algunas herramientas que más recientemente he incorporado a mi estrategia, con beneficios en la neuroprotección, claramente documentados (hablaré de estos en la sección “los 40 Fitonutrientes de oro”). Dos pacientes vienen a mi memoria en estos momentos…
“El mechón de pelo blanco”
Cuando apenas llevaba unos 3 años con mi primera consulta (en la ciudad de Irún) una joven paciente me decía que su padre tenía graves problemas con el tránsito intestinal y me preguntaba si podía ayudarle. Mis conocimientos sobre fisiología y bioquímica humana en aquellos momentos no eran ni de cerca los que con los años adquirí, no obstante, aquel parecía un objetivo asequible. Al fin y al cabo, los que nos hemos formado en medicina higienista siempre le hemos dado al intestino, y a la frecuencia del tránsito, un papel trascendental. Sin embargo, aquella experiencia me enseñaría algo que no he llegado a entender hasta años recientes. Prosigo…
Al venir a la consulta me topé con “algo más” que un tránsito irregular. Este hombre de unos setenta años presentaba, desde hacía unos 3 años, una demencia precoz, su estado cognitivo era lamentable, así como su vitalidad. Apenas hablaba. Su hija me contó que el neurólogo no les dio ninguna esperanza y que ahora lo que les preocupaba realmente es que, si bien ya llevaba años de estreñimiento pertinaz, en estos momentos la situación era alarmante, evacuaba cada 15 – 20 días y ya no recordaban cuanto tiempo llevaba así. El médico de “cabecera” (atención primaria) le dio un laxante en alguna ocasión, que le provocó diarrea, pero en poco tiempo dejaba de funcionar. Con mis grandes deseos de ayudarle y mi conocimiento limitado pensé (lo que algunos de mis maestros me enseñaron): un estreñimiento así no se puede solucionar solo con laxantes, es necesaria una “limpieza” a varios niveles y una reeducación alimentaria (comía como es habitual para la mayoría, es decir, un compendio de almidones, grasas y proteínas de pésima calidad). Utilicé mis también limitados medios en aquella época para valorar su intestino, una topografía iridológica (*6), la del Dr. Bernard Jensen, donde constaté un estado putrefactivo muy avanzado en su colon (nada sorprendente). Algo que me llamó la atención es que en su fuerte cabellera de color castaño presentaba un gran mechón de pelo blanco, aunque por lo demás no era nada canoso. Al preguntar a su hija me respondió que le había aparecido en poco tiempo (comprobé que al mismo tiempo que su deterioro neurológico).
(*6) Para los más ortodoxos la Iridología les parecerá un “cuento chino”, pero deben saber que no solo goza de siglos de experiencia empírica, sino que muchos licenciados en medicina de formación convencional la contrastan con pruebas clínicas para su comprobación. Existen varias escuelas dentro de la iridología. Tengo que reconocer que desde hace algunos años ya no la utilizo por disponer en mi clínica de diversos métodos de valoración de salud que generan menos “cuestionamiento” y son de gran eficacia y aceptados como diagnóstico clínico. No obstante, sigo pensando que como dijo un gran sabio “la lámpara del cuerpo es el ojo”, no solo por lo que muestra de afuera hacia adentro, sino también de adentro hacia afuera. Son muchos miles de iris los que analicé durante años para negar su utilidad, aun aceptando sus claras limitaciones, siendo solo un medio de valoración global y no preciso, que debe ser contrastado con las pruebas clínicas correspondientes y no ser utilizado nunca como método de diagnóstico, que no lo es, sino como valoración del funcionamiento global del perfil del paciente.
Instauré una dieta estricta cimentada en alimentos con propiedades depurativas y terapéuticas (en ese campo sí que disponía de amplia formación, afortunadamente), una fitoterapia depurativa a nivel global y a nivel hepático, dos detoxificantes intestinales y cataplasmas de arcilla verde en la zona del vientre, ligeramente hacía el lado derecho (quizás te sorprenda, estimado lector, que recuerde después de más de 20 años lo que le puse, pero la verdad es que es una estrategia que he mantenido con el paso de los años, solo modificándola en los elementos, en base a las investigaciones más recientes al respecto, pero no en los pilares fundamentales de la acción terapéutica). Entonces no trabajábamos tanto con el email, así que le dije a la hija que me llamara en quince días para contarme cómo evolucionaba su padre. Así lo hizo y me refirió que estaba evacuando cada 4 ó 5 días. Le animé a seguir escrupulosamente con el tratamiento y que me volviera a llamar un mes después. Así lo hizo y me contó que su padre estaba mucho mejor y evacuaba casi todos los días, pero que ahora tenían un problema, su madre y ella: su padre había sido toda su vida un hombre muy temperamental (no lo parecía en la consulta dado su comportamiento casi rígido-acinético) y de carácter difícil, que con la demencia se había apaciguado, pero ahora –me decía con una mezcla de sorpresa y preocupación- “¡está volviendo a ser el de antes!”…. Le pregunté inmediatamente por su movimiento, energía, lenguaje, apatía, etc, y me confirmaba la diferencia notable, aunque seguía preocupada por la “mala leche” que volvía a tener.
Terminamos la conversación telefónica y al colgar recuerdo perfectamente la sensación que me embargó: una mezcla de satisfacción e incredulidad. No tenía ni la más remota idea de qué habíamos hecho para que sus neuronas “empezaran a despertar”, pero lo cierto es que se estaba revirtiendo una alteración neurológica sin que siquiera le diera nada para sus neuronas (teóricamente). Años después, cuando buceé en la relación entre el intestino y el cerebro (antes explicada), y en la interconexión entre neuronas del cerebro central y el entérico, fui comprendiendo poco a poco aquel caso tan aleccionador. Por cierto, meses después le vi nuevamente en consulta y parecía otro, no solo por el carácter, sino porque ¡su mechón de pelo blanco era casi inexistente! (dejó a la interpretación del lector la explicación de esto último).
Una paternidad buscada que no satisfacía
Aunque he vivido en mi práctica diaria otros casos similares a este, por algún motivo, el recuerdo de este paciente perdura más que otros, quizás sea por la claridad meridiana del resultado y la rapidez del mismo. Ya estaba pasando consulta en San Sebastián, cuando recibí a una familia compuesta por un joven matrimonio con un bebe recién nacido (no tendría más de un mes) y el padre del marido de acompañante (*7). La consulta era para el joven esposo quien presentaba un cuadro de depresión nerviosa que no parecía obedecer a ninguna circunstancia del entorno. No entendían ninguno de ellos, ni el mismo, por qué se sentía así, cuando amaba a su mujer y había deseado tanto tener el hijo, y, por otro lado, tenía trabajo en una pequeña empresa familiar donde disponía de iniciativas, libertad y satisfacción… hasta ahora, que parecía que nada le estimulaba. No tenía ánimo ni alegría por nada.
(*7) Sé que muchos profesionales de la salud prefieren recibir al paciente solo, sin acompañantes o familiares, y aunque en algunos casos puede ser mejor, yo prefiero recibir “a todos” los que el paciente juzga que deben estar, incluso, en la primera consulta, hasta a los que insisten en estar aunque el paciente no esté muy cómodo (clásico de padres de adolescente), ya que esto me permite detectar donde, muchas veces, puede radicar el problema que presenta el que consulta: en su entorno o relaciones interpersonales. Efectivamente, si lo estás pensando querido lector, no todo es bioquímica y fisiología. Hay que ver “el bosque” en su conjunto.
A nivel fisiológico era evidente el sobrepeso, incrementado recientemente por unos hábitos de alimentación nefastos, con muchos bocadillos y carne. Y claro, cuanto más insatisfecho y ansioso, más y peor comía. Además, en la anamnesis de consulta reconocía que sus evacuaciones intestinales eran frecuentes y poco compactas, clara manifestación de una excesiva fermentación en el colon derecho, como luego confirmé con las pruebas realizadas. Efectivamente, tan malo es el estreñimiento pertinaz como el exceso en el tránsito cuando además son heces estrechas y/o poco compactas. Pensé que esto era consecuencia, fundamentalmente, del trigo de mala calidad que ingería en importante cantidad (ver el capítulo 5 “Los cereales: un regreso al origen”). Algunos años después conocí la experiencia personal del Dr. Jean Seignalet sobre la relación entre trigo-intestino-depresión que ratificó lo que yo llevaba observando ya varios años.
Los antidepresivos no le habían servido de mucho, solo para dejarle “atontado”, esgrimió (esta expresión la he escuchado cientos de veces de pacientes medicados con psicofármacos, especialmente con benzodiacepinas). Como hago en todos los casos, le expliqué que esta no es la “medicina de cambiar la pastilla roja por la pastilla verde que funciona mejor y es natural”, y que requeriría por su parte una implicación diaria y absoluta, con un cambio radical en la forma de comer, una Limpieza Vital y ejercicio físico regular. Le preparé su PPS (Programa Personal de Salud) y, sinceramente, pensé que no le volvería a ver, ya que parecía el clásico paciente que no estaría dispuesto a cambiar su forma de comer.
Nota de reflexión: eso de tomar “pastillas y líquidos” vale, dicen muchos, “pero cambiar la forma de comer, eso es otra cosa”. Pues es cierto, queridos amigos, eso es “otra cosa”, es “esa cosa” que muchos profesionales de la salud no se atreven a hacer por miedo a perder pacientes y pretender trabajar con productos naturales magníficos o terapias “maravillosas” pero “no mojarse” con cambios en el modo de vida. Ahora bien, si no se tienen conocimientos suficientes sobre una verdadera dietoterapia, caben dos opciones, formarse o delegar en otro profesional que complete nuestra terapia. He aprendido en los últimos años a flexibilizarme en mis posturas y estar abierto a estrategias terapéuticas que antes difícilmente siquiera podía comprender, sin embargo, existen dos máximas sobre las que no veo fácil que cambie de opinión: “Somos lo que comemos” y “Somos lo que pensamos”. Es decir, no hay medicina en el mundo más poderosa que cambiar (para mejor) la alimentación y dirigir nuestros pensamientos hacia lo que sana, lo que cura, lo que nutre nuestro espíritu interno con “luz”. Esto último lo analizaré en la Parte final de esta obra.
Tres meses después volvió a revisión. Mientras, me había llamado varias veces por teléfono para contarme la evolución, así que no me sorprendió cuando ya en la consulta su familia me daba las gracias insistiendo en que era un hombre nuevo. Claro que en tres meses también había perdido peso, hacía ejercicio 4 veces por semana, no tomaba trigo y claro… sus evacuaciones eran de una o dos veces al día y compactas. En solo tres meses, sin fármacos, se había esfumado su depresión endógena y ahora disfrutaba de su nueva vida en familia y feliz con su bebe. Tengo demasiadas evidencias, tanto de estudios clínicos serios realizados al respecto, como de mi experiencia con miles de pacientes, de que el gluten del trigo puede generar problemas emocionales y neurológicos (ver capítulo 5), en mayor o menor medida, en función de las características enzimáticas de cada persona.
Continuará…
Excelente