Seleccionar página

Una aproximación limitada al cerebro.

Durante las pasadas décadas hemos asistido a un esfuerzo titánico de las neurociencias por tratar de encontrar explicaciones vinculadas a factores físicos o químicos del cerebro para todo tipo de fenómenos comportamentales e incluso hasta espirituales. Muchos pragmáticos expertos han “buscado a Dios en el cerebro” intentando que todo sentimiento e incluso profunda creencia estuviera relacionada con factores medibles y cuantificables, mejor aún, que pudieran verse mediante un sofisticado diagnóstico por imagen. No era más que un “otro dedo de la mano del reduccionismo” que ha caracterizado toda ciencia que ha incursionado en los modelos de salud actuales.  Un modelo que contempla la conciencia como un fenómeno localizado enteramente en el cerebro, como órgano físico, donde, incluso, se ha tratado de analizar y objetivar lo psicológico desde lo fisiológico.

A pesar del título de este apartado, y de que ahora me centraré en aspectos físicos del cerebro, no quisiera, estimado lector, que dedujeras que la trascendencia que yo le concedo a nuestro intrincado cerebro gira entorno a esta concepción reduccionista y puramente física de la realidad. Soy un profundo convencido de que, aunque muchos fenómenos psicológicos llevan aparejados cambios fisiológicos y bioquímicos a nivel cerebral (ya he hablado de algunos de ellos en esta obra, y más que revisaremos, sobre las estructuras cerebrales y la neurotransmisión), existe una realidad espiritual, una conciencia profunda (o superior), que otros llaman el “Ser interior” que no siempre podemos relacionar con el cerebro físico… o ¿quizás sí?… Quizás es cuestión de tiempo que podamos comprobar que nuestro cerebro físico puede ser moldeado por nuestro Ser Interior de manera que potenciemos las estructuras cerebrales más racionales como el cortex, y sepamos tomar el control de estructuras más primitivas vinculadas a las emociones, como el sistema o cerebro límbico.

Que nuestros pensamientos impactan sobre nuestros sentimientos o emociones y que estos a su vez motivan determinados comportamientos es una realidad obvia. Igualmente, es posible demostrar como con determinados ejercicios que educan nuestra mente hacia la relajación, logramos modificar respuestas neuroquímicas y fisiológicas, del cuerpo en general y del cerebro en particular. Ya se ha cuantificado de manera objetiva el efecto de diferentes técnicas de relajación mental en las hormonas del estrés (cortisol, adrenalina…) y de la felicidad (serotonina, GABA, dopamina…), pero además la meditación ayuda a reducir la actividad inflamatoria, a aumentar la respuesta antiviral positiva y a mejorar la respuesta inmune innata y adaptativa.

Steven Cole, profesor de medicina y psiquiatría de la UCLA, e investigador de genómica, quien ha dedicado muchos años a investigar la conexión entre lo emocional y lo biológico, afirmó en una entrevista concedida a The Atlantic en el 2015 que “Ahora estamos comenzando a preguntarnos cómo las circunstancias positivas de la vida podrían contrarrestar esos efectos negativos de amenaza a nivel molecular. ¿Cuáles son las cosas concretas que podemos hacer para promover activamente perfiles de expresión génica más favorables en el sistema inmune?». Explicó que los sentimientos de felicidad tienen un impacto real sobre nuestra salud física, pero no cualquier tipo de felicidad… afirmó que «El bienestar hedónico es el tipo de felicidad que proviene de experimentar muchas emociones positivas», mientras que el bienestar eudaimónico «es nuestro sentido de propósito y dirección en la vida, nuestra participación en algo más grande que nosotros mismos».  Según Cole “el bienestar eudaimónico es más favorable para nuestra integridad inmunitaria”. La felicidad hedonista es el estado de ánimo que experimentamos después de un evento de vida externo, como comprar una casa, un coche que anhelábamos, disfrutar de unas vacaciones de ensueño…, mientras que la eudaimonia es «nuestro sentido de propósito y dirección en la vida, nuestro involucramiento con algo más grande que nosotros», el Dharma que dirían hinduistas y budistas, o “buscar primero el Reino de Dios” que dirían los cristianos. Lo que significa encontrar nuestro propósito elevado en la vida y que este esté vinculado al altruismo (diferente al bienestar hedónico). Cole termina afirmando que «La experiencia que tenga hoy influirá en la composición molecular de su cuerpo durante los próximos 80 días, porque ese es el tiempo que la proteína promedio sintetizada en su cuerpo hoy permanecerá en el futuro, así que planifica tu día en consecuencia».

Con otras palabras, es posible con nuestros pensamientos modular las respuestas fisiológicas y neurológicas, e incluso inmunológicas. Esto que hace no muchos años hubiera sido tachado de frivolidad o incluso de charlatanería, hoy en día forma parte de la investigación de las neurociencias más avanzadas.  Y dichos pensamientos son proporcionalmente más influyentes cuanto más impacto tienen en lo que sentimos, condicionando de manera notable nuestra salud, tal como lo expresaba el magnífico Bruce H. Lipton (*), cuando hace poco, a sus 71 años, era entrevistado por una conocida revista de este país. Con la humildad que le caracteriza, afirmaba que el 90% de las enfermedades eran provocadas por el estrés que generan los pensamientos negativos que surgen de nuestra mente inconsciente, la que repite programas que ha adquirido desde su infancia y también de la memoria colectiva de nuestra sociedad. Coincido plenamente con Lipton cuando afirma que la mayoría de la gente cree que actúa en su vida con la mente consciente y que no es así. Pero no quiero extenderme ahora en este tema dado que le dedicaré más tiempo en la parte 5 de este libro. El hecho es que a Lipton, como a otros, hace unas décadas los vilipendiaron por afirmar que nuestros pensamientos y nuestra forma de vivir la vida tiene más impacto en nuestra salud que los genes, para ahora ser aceptadas dichas propuestas e investigadas en universidades de todo el mundo.

(*) Bruce H. Lipton Lipton impartió clases de Biología Celular en la facultad de Medicina de la Universidad de Wisconsin y más tarde llevó a cabo estudios pioneros de epigenética en la facultad de Medicina de la Universidad de Stanford que lo llevaron al convencimiento de que nuestro cuerpo puede cambiar si reeducamos nuestras creencias y percepciones limitadoras. Es el autor del Bestseller internacional La biología de la creencia.

Revisemos ahora, de manera somera pero necesaria, las estructuras más representativas del cerebro (no pretendo realizar una incursión en cada sección de manera detallada), dado que nos ayudarán a entender mejor algunos capítulos posteriores.

Corteza (o cortex) cerebral. Como seguro imaginas, estimado lector, es esa parte rugosa que vemos siempre en cualquier fotografía del cerebro, llena de pliegues. Es lo que cubre realmente el cerebro (o encéfalo) y la responsable de los procesos mentales más complejos. A su vez lo podemos dividir en varios lóbulos:

  • Lóbulo frontal. Una de las secciones más estudiadas en neuropsicología. Es el responsable de funciones elaboradas y racionales, que ponen freno a los estados emocionales generados desde el Sistema Límbico. Se encarga de funciones ejecutivas, como la cognición (la interpretación que hacemos del entorno y experiencias vividas), la memoria (con la Dopamina como combustible fundamental), la planificación, la resolución de problemas, etc. Es decir, recopila información de otras partes del cerebro y toma decisiones razonadas (o así debería ser).
  • Lóbulo parietal. Justo detrás del lóbulo frontal, se encarga de la integración de mucha información no ordenada. A modo de “coctelera” recoge muchos ingredientes (informaciones sensoriales) para presentar un “bonito cóctel” coherente de procesos perceptivos, compuesto de sensaciones, sentimientos y emociones. Sin olvidar el procesamiento de información simbólica (lenguaje) y numérica, entre otras.
  • Lóbulo occipital. La zona más cercana a la nuca. Su gran responsabilidad es procesar la información visual que le llega desde la retina.
  • Lóbulo temporal. Situado en los lados laterales del cerebro, a la altura de los oídos, es el lóbulo con mayor conexión con el sistema límbico. Podemos considerarlo también un “multitarea”, ya que contiene interconexiones y neuronas encargadas de muchas tareas perceptivas, relacionadas con sentidos, lenguaje, sonidos, letras, etc. Pero un detalle que me interesa particularmente es que se encarga de dotar de información emocional a las percepciones, influyendo en la conducta sexual y la estabilidad emocional. No hay duda… “se asocia al sistema límbico” para que sintamos emociones.
  • Ínsula. Se considera el “quinto lóbulo”, aunque en realidad es una estructura situada en el mesocórtex, o sistema paralímbico, actuando a modo de conexión entre el sistema límbico y el neocórtex. Ayuda a integrar emociones y percepciones, entre ellas, el gusto y el olfato, así como funciones viscerales y cardíacas, además de proporcionar función vestibular (equilibrio y consciencia del espacio corporal). Su conexión con el sistema límbico ha sido estudiada, y se ha observado que interviene en los procesos de adicción a ciertas drogas, así como al deseo de consumo, en el amplio sentido de la palabra (este aspecto me resulta apasionante, dada su conexión con las tres “P” que controlan nuestras emociones: Pánico o miedo, Placer y Poder, de lo que hablaré en la parte 5 del libro). Un individuo privado de ínsula no siente alegría, sorpresa o dolor.

Sistema Límbico. Se le considera el “cerebro emocional” o “cerebro primitivo”, aquel que se deja llevar (otros dirían que utiliza…) por las emociones. Se suele poner en contraposición con el “cerebro racional” atribuido al córtex cerebral. Está red de neuronas está muy vinculada a los instintos primigenios, como el miedo, el placer, la rabia, la protección ante la amenaza, etc.  Veamos ahora las partes más significativas del Sistema Límbico:

  • Hipotálamo: dada su conexión con la glándula pituitaria y con todo el sistema endocrino (hormonas), es obvia su conexión con las emociones. No hay más que pensar en que reacciona con inmediatez ordenando la secreción de hormonas ante el estrés.
  • Hipocampo: vital en los procesos de memoria de experiencias pasadas (recuerda acontecimientos traumáticos o interpretados así en la memoria), de tal manera que es capaz de generar respuestas instintivas o mecánicas ante supuestas amenazas evocadas por el pasado.
  • Amígdalas: En plural, pues son dos. Fundamentales en la respuesta emocional frente a las experiencias vividas e implicadas en el aprendizaje emocional que se haga de éstas. Es decir, continua introduciendo información “en el disco duro” para generar patrones comportamentales para el futuro (nuevamente, “instinto y automatismos).
  • Corteza orbitofrontal. Pudiéramos definirla como la “frontera” entre el Sistema Límbico y la salida de órdenes emocionales al córtex. Se dice que se encarga de aplacar los “impulsos irracionales” que llegan del cerebro límbico y dejar que pasen solo parte de lo que sería un “carga difícil de gestionar” para el córtex.

Algunos pensadores le confieren al cerebro límbico el papel de juez que determina lo que merece ser aprendido en función de las sensaciones placenteras o dolorosas que produce. Pero esto es una filosofía que me recuerda a los antiguos epicuros griegos, recogida posteriormente por el filosofo Jeremy Bentham, fundador del Utilitarismo, donde se busca ante una acción calcular entre el placer que genera y el posible sufrimiento que la acción puede producir a otros. No entraré tanto en el hecho de si este planteamiento es factible o propio (puede cuestionarse, por ejemplo, al pensar en las drogas y su posible efecto placentero sin hacer daño a nadie…), sino en el hecho mayor de que no veo al sistema límbico como un buen “juez”, todo lo contrario, es una parte “interesada” en que sigamos siendo “robots” que de manera automática funcionemos por e-mociones (mociones = movimiento), las mismas que han esclavizado a la humanidad desde tiempos remotos: la búsqueda de placer como máximo objetivo, el dominio del entorno y de los demás como “protección” (poder) y vivir siempre atenazados por el miedo (pánico).

No obstante, como hemos visto la interacción entre las diferentes estructuras cerebrales es notable, no podemos pretender “borrar la parte que nos domina”. El objetivo debería ser que funcionen en perfecta armonía y controlados por “algo superior”, de lo que hablaré en la parte 5 del libro.

 

Revisaremos ahora algunas investigaciones que indican que disfrutar de una buena salud mental es una de las mejores maneras de fortalecer la salud corporal y, a continuación, revisaremos la trascendencia del sueño de calidad en nuestra salud y el mecanismo de “autolimpieza” que nuestro cerebro utiliza para eliminar diferentes toxinas.

Continuará…