Seleccionar página

 

Disbiosis Intestinal: factor clave en el origen de la enfermedad.

Durante años repetimos que tenemos muchas más bacterias que células, en concreto decíamos 10 bacterias por cada célula, pero estudios y revisiones más recientes, parecen indicar cifras más cercanas a cantidades similares de ambas. Y si bien es cierto que las bacterias están distribuidas por todo el cuerpo, el grueso de ellas están situadas en el colon. Es más, el 60% de la composición de nuestras heces secas son bacterias. Yo suelo decir en tono jocoso, en mis conferencias, que llevamos un “alien” dentro de nosotros o que “son más los que están con nosotros que nosotros mismos”. Sin embargo, estimado lector, esto no es motivo de alarma, todo lo contrario, estas más de 400 – 800 especies diferentes de bacterias (estas proporciones pueden variar mucho de un individuo a otro) viven de forma simbiótica con nosotros, es decir, reciben de nosotros alimento para su subsistencia y a cambio ellas son parte fundamental de un sistema digestivo saludable, capaces de producir micronutrientes como las vitaminas K, B y la biotina, e incluso hormonas (como veremos en la sección dedicada al Intestino y el Sistema Endocrino), además de estimular el Sistema Inmunitario, aumentando la producción de IgA (¿recuerdas?, el soldadito de mucosa más importante), la concentración de los macrófagos (células inmunocompetentes que fagocitan o devoran lo extraño o ajeno) y la producción de interferón, y así oponerse al crecimiento de “vecinas oportunistas” (bacterias patógenas). Algunos investigadores han sugerido incluso que la flora intestinal se debe  considerar un órgano adicional debido a sus múltiples y trascendentales funciones.

Nuestro ecosistema intestinal bacteriano para ser saludable debe de cumplir dos premisas fundamentales:

1º. La proporcionalidad y equilibrio entre diferentes especies. Sin predominio de una flora excesivamente putrefactiva (colon descendente), ni excesivamente fermentativa (colon ascendente).

2º. La cantidad total de las mismas, sin que sea insuficiente ni excesiva. Si es insuficiente, por motivos que comentaré a continuación, las consecuencias pueden ser desastrosas a medio-largo plazo, sobre sistema inmunitario, endocrino, nervioso, etc. Pero el sobrecrecimiento generalizado de bacterias intestinales también es motivo de preocupación y, de hecho, ya se cataloga como un estado pre-patológico denominado SIBO (del inglés small intestine bacterial overgrowth): Sobrecrecimiento bacteriano en el Intestino Delgado

¿Qué factores pueden alterar este delicado y trascendental equilibrio?. Lo primero que debemos recordar es “cuando” comienza todo. Durante años hemos repetido que el útero es un ambiente estéril, y por lo tanto, los bebés nacen con un tracto intestinal estéril, y en el momento del parto el tracto intestinal es colonizado por microorganismos del tracto intestinal de la madre y del canal vaginal. Pero recientemente se ha podido demostrar que esto no es del todo cierto, es decir, esa colonización bacteriana es obvia y cierta, pero no es “la primera”. Un equipo compuesto por científicos suizos y alemanes acaba de descubrir que este proceso de moldeado del sistema inmunitario comienza durante el embarazo, es decir mucho antes de lo que pensábamos. Según sus hallazgos, publicados en la revista Science, ciertas moléculas producidas por la microbiota intestinal y fragmentos bacterianos no vivos son transferidos de la madre al niño a través de la placenta, y posteriormente, también mediante los anticuerpos presentes en la leche materna. Tanto moléculas como fragmentos podrían estimular las células inmunitarias del recién nacido para prepararlo a combatir los microorganismos presentes en su propio intestino.

Mercedes Gomez de Agüero, Stephanie C. Ganal-Vonarburg, Tobias Fuhrer, Sandra Rupp, Yasuhiro Uchimura, Hai Li, Anna Steinert, Mathias Heikenwälder, Siegfried Hapfelmeier, Uwe Sauer, Kathy D. McCoy, Andrew J. Macpherson: The maternal microbiota drives early postnatal innate immune development: Science 2016, DOI: 10.1126/science.aad2571

Por tanto, todo aquello que altere de manera significativa la flora intestinal de la madre es susceptible de influir en el bebe, tanto en el trascurso del embarazo, como en el momento del parto, e incluso durante la lactancia (ver recuadro “Lactancia materna y bacterias “amigas”). No son pocas las pacientes que he tenido que pasaron a sus bebes una flora de mala calidad, incluso con presencia de candida albicans (hongo). Además, si hay cesárea, se usa antibióticos o bien es prematuro, irremediablemente su flora estará también alterada o será insuficiente (en estos casos es vital el uso de probióticos, como innumerables estudios han demostrado).

LACTANCIA MATERNA Y BACTERIAS “AMIGAS”

Durante décadas se pensó que la leche materna era estéril (libre de microorganismos), pero en los últimos años diversos estudios han demostrado que contiene una gran cantidad de bacterias. Un bebé que tome unos 800 mililitros de leche al día ingiere entre cien mil y diez millones de bacterias, que lo protegerán de infecciones al tiempo que participan de manera crucial en el desarrollo de su sistema inmunitario. El contacto de los lactantes con estos microorganismos disminuye el riesgo de desarrollar enfermedades como diarrea, enfermedades respiratorias y metabólicas. Parece ser que el origen de dichas bacterias “amigas”, presentes en la leche materna, es el propio intestino de la madre. Por increíble que parezca, las células dendríticas de la madre (parte del sistema inmunitario de esta) actúan como “camiones de trasporte” trasladando dichas bacterias desde el intestino hasta las glándulas mamarias para ser mezcladas con la leche.

Estos “probióticos” de origen materno no solo protegen al bebe de infecciones, sino que condicionan y condicionarán a futuro el sutil equilibrio entre Th1 y Th2, inclinando la balanza hacía los Th2 y, por tanto, favoreciendo la aparición de alergias, dermatitis, asma alérgico, etc, cuando son insuficientes o inexistentes, por falta de lactancia materna.

Se ha podido observar que la microbiota del bebe alimentado con leche materna es rica en Bifidobacterias y Lactobacilus, mientras que la de los bebes alimentados con biberón tienen una comunidad bacteriana más diversa, con presencia de Escherichia coli, Clostridium, y Bacteroides. Por otro lado, la leche materna es rica en cierto tipo de oligosacáridos que favorecen el aumento de las Bifidobacterias y actúan como “antiadhesivos” impidiendo que patógenos como el Streptococcus pneumoniae o la Listeria monocytogenes se una a la superficie de la mucosa del intestino del bebe, disminuyendo los riesgos de infección.

Con otras palabras, la lactancia materna es insustituible. Su papel crucial ha sido analizado detalladamente por investigadores de todo el mundo, que, efectivamente, concluyen que cualquier leche maternizada (por muchos argumentos que se esgriman a su favor) es una imitación mediocre de la materna.

Pero esto no es todo, durante nuestra vida, los factores que alteran nuestro ecosistema intestinal son tantos que, me atrevería a decir, difícilmente alguien se escapa a alguno o varios de ellos: la toma frecuente de café, alcohol, carne roja, azúcar, almidones, AINEs (antiinflamatorios no esteroideos), antiácidos,  antibióticos, analgésicos, antiagregantes plaquetarios, algunos aditivos alimentarios, algunos tóxicos ambientales, la falta de enzimas digestivas o de fibra de calidad, las alteraciones enzimáticas del hígado, el estrés crónico, y un largo etcétera.

Continuará…