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Intestino y cerebro (extraído de mi próximo libro)

A la mayoría de las personas, si les preguntáramos donde se encuentran situadas las neuronas en nuestro cuerpo, dirían sin titubear que “en el cerebro”. Pero lo cierto es que el intestino contiene más de cien mil millones de neuronas, casi tantas como el cerebro. Dicha red nerviosa entérica (intestinal) está dirigida por un pequeño número de lo que se ha venido a llamar «neuronas comandantes», que reciben órdenes básicas del cerebro y las redirigen a los millones de neuronas que se extienden a través de dos redes nerviosas exclusivas del intestino: el plexo mientérico y el plexo submucosal.

Estas «neuronas comandantes» controlan la actividad del intestino. Poseen sensores para el azúcar, las proteínas, la acidez y otros agentes químicos que indican la progresión de la digestión. A partir de esta información, el cerebro intestinal decide las sustancias que debe secretar para optimizar la asimilación de nutrientes y el ritmo con que los contenidos intestinales deben ser empujados. Pero sería un error pensar que el mando de decisiones y acciones se produce siempre desde el cerebro central (el situado en la cabeza) hacia el cerebro entérico (situado en el intestino). Las investigaciones más recientes indican que se trata de una comunicación bidireccional que conecta el sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) con el sistema nervioso entérico o digestivo-intestinal. Así, reaccionamos a estímulos como el hambre, el estrés o las emociones. Es más, por cada impulso eléctrico que el cerebro envía al intestino, este envía 9 al cerebro… ¿no te parece impresionante?.

Si bien es cierto que desde hace décadas se constató que el cerebro envía señales al intestino, razón por la que las emociones y el estrés pueden provocar síntomas gastrointestinales, ha sido muy recientemente cuando se ha podido demostrar con estudios en humanos que las señales viajan también en sentido contrario y que el estado del ecosistema intestinal tiene un profundo impacto en el estado emocional, incluso en la percepción de sensaciones y en las emociones. Por ejemplo, en el año 2013 la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) realizo un estudio con mujeres de 18 – 55 años de edad y fueron divididas en tres grupos: El grupo de tratamiento que comió yogurt enriquecido muchos probióticos dos veces al día durante un mes, otro grupo comió un producto “falso” que parecía y sabía igual al yogurt pero que no contenía probióticos y el grupo de control no comió ningún producto.

Antes y después del estudio de cuatro semanas de duración, las participantes fueron sometidas a pruebas de resonancia magnética funcional (fMRI), tanto en estado de reposo como en respuesta a una “tarea de reconocimiento de emociones”. Curiosamente, comparándolo con el grupo de control, las mujeres que consumieron yogurt con probióticos tuvieron un aumento de actividad en las dos regiones cerebrales que controlan el procesamiento central de las emociones y la sensación:

1º. La corteza insular (insula), que desempeña un papel en funciones comúnmente relacionadas con las emociones (incluyendo la percepción, control motor, autoconciencia y experiencias interpersonales) y la regulación de la homeostasis del cuerpo.

2º. La corteza somatosensorial, que desempeña un papel en la capacidad del cuerpo para interpretar una gran variedad de sensaciones.

Los investigadores de la UCLA quedaron sorprendidos al descubrir que el efecto cerebral podría verse en muchas áreas, incluyendo las áreas involucradas con el procesamiento sensorial y no únicamente las relacionadas con las emociones. El investigador principal, Dr. Emeran Mayer, afirmó que si bien “hay estudios que demuestran que lo que comemos puede alterar la composición y los productos de la flora intestinal- en particular, en personas con alimentaciones ricas en vegetales y fibra, que tienen una composición de su microbiota(*5) diferente, o medio ambiente intestinal, en comparación con las personas que llevan una alimentación más occidental, rica en grasas y carbohidratos, ahora sabemos que esto tiene un efecto no sólo en el metabolismo sino que también afecta la función cerebral.” Otra de las participantes en el estudio, la Dra. Kirsten Tillisch, afirmó: “una y otra vez, hemos escuchado de los pacientes que nunca se habían sentido deprimidos o ansiosos hasta que comenzaron a experimentar problemas con su intestino. Nuestro estudio demuestra que la relación entre el intestino y el cerebro es un calle de dos vías.”

(*5) Conjunto de microorganismos que se encuentran de manera natural en el cuerpo humano.

Este estudio realizado en la UCLA ha sido publicado posteriormente en la revista Gastroenterology. UCLA May 28, 2013 / Gastroentorology 2013 Jun;144(7):1394-1401

En Julio del 2017 el periódico La Vanguardia se hacía eco de una nueva investigación de la UCLA sobre comportamiento y microbiota (publicado a finales de junio en Psychosomatic Medicine: Journal Of Behavioral Medicine) y lo intitulaba así: Las reacciones emocionales están vinculadas con las bacterias intestinales. Científicos de UCLA confirman el nexo entre la microbiota y la estructura cerebral. Los investigadores de UCLA –entre los que figuran los afamados Kirsten Tillisch y Emeran Mayer– demostraron, mediante resonancias magnéticas del cerebro de personas con diferente enterotipo (o perfil de microbiota), que cada dichos enterotipos van asociado a estructuras diferentes de la materia gris y la materia blanca del cerebro. Estimado lector, no sé si te parecerá este descubrimiento tan fascinante como a mí, imagino que sí, ya que significa que es muy probable que algún día, con un mero estudio de nuestra flora intestinal, podamos determinar nuestros patrones comportamentales. Es más, ¿y si pudiéramos mediante una intervención fisiológica sobre nuestra flora actuar sobre nuestro cerebro?… Si alguien hace no muchos años hubiera planteado tal teoría lo habrían calificado de chiflado.

Ya en el 2015 se publicó una revisión de varios trabajos en la revista Neuropsychiatric Didease and Treatment (2015, Volumen 11, pag. 715 – 723, dirigida por LINGHONG ZHOU y JANE FOSTER de la Universidad McMaster de Canadá) en la que se relaciona los canales de comunicación entre el intestino y el cerebro, incluyendo sistema simpático y parasimpático y el sistema nervioso entérico (ENS). En este estudio se confirma lo que se ha estado postulando en los últimos años: la comunicación es bidireccional a través del nervio vago, componente del sistema nervioso parasimpático, entre intestino y cerebro. Y, estimado lector, ¿cómo logramos optimizar las funciones del Sistema Nervioso Parasimpático (SNP)?… Incuestionablemente de dos maneras, con el sueño reparador y con la relajación mental y corporal (yoga, sofrología…). ¿Nos sorprende entonces que quien no duerme bien durante años o padece estrés crónico tenga una mala funcionalidad intestinal y como consecuencia alteraciones neurológicas y emocionales?… Claro, claro, efectivamente, este camino es BIDIRECCIONAL, es una retroalimentación aberrante en las dos direcciones, un círculo vicioso, motivo por el cual solo se sale de él con un auténtico cambio psico-entérico, un cambio en la forma de vida…

En cuanto a la relación entre las capacidades y funciones cerebrales y el estado de la microflora intestinal resulta, como mínimo, impactante lo que se ha observado en niños diagnosticados de Trastorno del Espectro Autista (ASD). En el número de octubre del 2005 del Journal of Medical Microbiology, Helena Parracho y sus colaboradores informan de que el 91’4% de los 58 niños autistas estudiados padecían un trastorno gastrointestinal, en comparación con 25% de los hermanos de los niños con dicho trastorno, y ningún miembro de un grupo de niños control sanos sin parentesco alguno con ellos.

La microbiota fecal de los niños con ASD contenía consistentemente especies de clostridios diferentes de las de los niños sanos, así como un incremento estadísticamente significativo del total de especies de clostridios, lo cual sugiere que los factores ambientales y la genética pueden afectar las poblaciones intestinales de estas especies. Los investigadores señalan que las especies de clostridios producen no sólo enterotoxinas que dan lugar a problemas gastrointestinales sino también neurotoxinas que, según su hipótesis, podrían dar lugar a signos característicos de los ASD.

Hasta tal punto se puede establecer interrelación entre el cerebro entérico, con su complejo ecosistema bacteriano, y el cerebro central, que un reconocido especialista, el Dr. T.G. Dinan, de la University College Cork de Irlanda ha acuñado el término “Psicobiótico” (Ver recuadro Psicobióticos activos) para referirse a aquellas bacterias del microbiona que poseen la capacidad de equilibrar y estabilizar el sistema nervioso y el complejo mundo neurológico. El Dr. Dinan publicó en el año 2013, en la revista Biological Psychiatry, un artículo donde relataba detalladamente como las bacterias intestinales son capaces de producir neurotransmisores, tipo GABA (Ácido Gamma-amino-butírico), serotonina, acetilcolina, etc. Pero no esperemos que estos hagan el largo viaje hasta nuestro cerebro para tener un efecto real sobre él, no es necesario, solo necesitan actuar directamente sobre los receptores de las células del epitelio intestinal y enviar mediante ellos la información al cerebro, modulando así las respuestas nerviosas y cognitivas. ¡Impresionante!…

Continuará…