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Salud mental = salud física

En el año 2017 se realizó en un estudio, dirigido por investigadores de las Universidades de Sapienza en Roma y de la Universidad de California en San Diego, donde se trató de analizar qué factores contribuían a la alta longevidad de habitantes de 9 aldeas remotas del sur de Italia, donde los mayores alcanzaban sin demasiados problemas los 90 años e incluso la centena, manteniendo una buena condición física y mental. Además, se comparó su salud con la de sus familiares más jóvenes, con edades de entre 51 y 75 años, observando la primera conclusión impactante: los nonagenarios, a pesar de tener más limitaciones físicas, disfrutaban de mejor salud mental. La revista Neswsweek, que se hizo eco del estudio, comentaba que “los datos se recopilaron mediante estudios cuantificables enfocados en la salud física y mental, en los mismos se incluyeron factores como el optimismo y la depresión, además, se realizaron entrevistas testimoniales sobre creencias y eventos traumáticos a lo largo de su vida. Asimismo, el equipo utilizó la misma escala para calificar a los participantes más jóvenes, con una diferencia, se les pidió que describieran la personalidad de sus parientes mayores

La evaluación realizada arrojo información muy interesante al respecto. Por ejemplo, uno de los coautores del estudio, Dilip Jeste, profesor de Psiquiatría y Neurociencias y director del Centro de Envejecimiento Saludable de la Universidad de California en San Diego, explicó que «en esta población rural, las principales características que surgieron en nuestro estudio, y al parecer, las únicas relacionadas con una mejor salud mental, fueron la positividad, la ética laboral, la tenacidad y un estrecho vínculo con su familia, religión y territorio

Algunos de los nonagenarios fueron definidos como “dominantes y hasta controladores”. Características que quizás nos sorprendan como positivas, pero los investigadores concluyeron que esas características son el resultado de un estado de ánimo luchador o tenaz y “conectado con la tierra”, es decir, con profundadas raíces en lo logrado, sin miedo al prejuicio ajeno. Vamos, lo que diríamos hoy como “de ideas claras”. Eso a pesar de (o quizás por…) haberse enfrentado a eventos traumáticos. Es decir, no disfrutaban de buena salud mental por haber tenido vidas plácidas o “la suerte de no pasar por problemas”. Ellos amaban sinceramente a sus familias, pero eran un tanto obstinados, queriendo que las cosas se hicieran “a su manera”. Jeste califico al afán colectivo de perseverancia por parte de los nonagenarios y centenarios como «terquedad meritoria» y dijo que alcanzar una edad avanzada era una prueba de perdurabilidad y una señal de que la sabiduría sobreviene con la edad, concluyendo que “cuando somos jóvenes, nos sentimos muy presionados y pensamos que no nos está yendo tan bien como a otros. Cuando crecemos… las expectativas cambian – tanto las nuestra como las de los otros. Uno se acepta tal cual es

Lo cierto es que estos nonagenarios pudieran ser tachados de ser “cabezotas” y hasta “cascarrabias”, pero disfrutaban de lazos familiares y de amistad muy estables y enraizados. Es obvio que uno debe ser tenaz y fuerte para enfrentarse a las dificultades, y es muy probable que ese “negarse a ceder” sea algo más que un “carácter complicado”. Puede ser el sentimiento de querer defender su opinión por los tiempos pasados en que no pudieron hacerlo con tal seguridad y aplomo. También puede ser un instinto de supervivencia desarrollado tras muchas décadas de vida.

International Psychogeriatrics December 12, 2017; Newsweek December 13, 2017; Today December 13, 2017

Aunque han pasado ya más de diez años, merece la pena recordar la revisión realizada de más de 160 estudios a cargo del profesor emérito de psicología de la Universidad de Illinois, Ed Diener, quien también es uno de los científicos principales de la Organización Gallup (Princeton). Los estudios fueron realizados por muy diferentes entidades, tanto en humanos como en animales, arrojando una conclusión que Diener resumió así: «la gran mayoría de los estudios respaldan la conclusión de que la felicidad está asociada con la salud y la longevidad».

Sus conclusiones fueron publicadas en la revista Applied Psychology: Health and Wellness como la revisión más completa realizada hasta la fecha de la evidencia que vincula la felicidad con una mayor longevidad. Es verdad que el término “felicidad” es bastante subjetivo, así que quizás es mejor revisar algunos datos para comprender mejor la afirmación.

Varios de los estudios tenían que ver con el bienestar subjetivo, es decir, sentirse optimista sobre su vida, no estresado, no deprimido… y como estos sentimientos contribuyeron tanto a alargar la vida como a tener una mejor salud. Por ejemplo, uno de los estudios siguió a casi 5.000 estudiantes universitarios durante más de 40 años, encontrando que aquellos que eran más pesimistas como estudiantes tendían a morir más jóvenes que sus compañeros. Otro de los estudios hizo un seguimiento muy a largo plazo de 180 monjas católicas desde la edad adulta hasta la vejez, descubriendo que quienes escribieron autobiografías positivas en sus primeros 20 años tendieron a sobrevivir a quienes escribieron relatos negativos de sus vidas. Muchos estudios confirmaron patrones similares, aunque también existieron algunas excepciones minoritarias. Es más, los estudios con animales aportaron también datos interesantes, como por ejemplo que los que vivían en grupo segregaban menos hormonas del estrés, aumentaban la función inmunitaria y se recuperaban mejor a nivel vascular tras el esfuerzo físico. Diener concluye afirmando que «La felicidad no es una bala mágica, pero la evidencia es clara y convincente de que cambia las probabilidades de contraer enfermedades o morir joven. Aunque hay un puñado de estudios que encuentran efectos opuestos, la gran mayoría de los estudios respaldan la conclusión de que la felicidad está asociada con la salud y la longevidad. Las recomendaciones de salud actuales se centran en cuatro cosas: evitar la obesidad, comer bien, no fumar y hacer ejercicio. Puede ser el momento de agregar ‘ser feliz y evitar la ira y la depresión crónicas’ a la lista «.

https://news.illinois.edu/view/6367/205399

En el año 2016 investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) analizaron la relación entre la satisfacción personal y la longevidad, comprobando que pequeñas dosis de felicidad diaria son determinantes para vivir más. Este trabajo se publicó en la revista ‘Frontiers in Psychology’ comprobando que lo satisfechos que estemos con la vida está directamente asociada con la reducción de mortalidad. Se realizaron un total de 4.753 entrevistas de todas las comunidades autónomas de España, completando un cuestionario en el que debían reconstruir las actividades del día y describir las emociones que experimentaban con ellas. Al cabo de tres años, los investigadores identificaron quienes habían fallecido, llegando a la conclusión de que existe una relación entre sentir emociones positivas en el día a día y una reducción en la mortalidad, y viceversa.

https://www.tuotrodiario.com/noticias/2016100363533/felicidad-alarga-vida/

En el año 2017 el estudio Optimismo y Mortalidad por Causa: Un Estudio Prospectivo de Cohorte, realizado por investigadores de la Escuela de Salud Pública Harvard T.H. Chan, revelo que un mayor grado de optimismo se asocia con un menor riesgo de mortalidad. Los investigadores analizaron datos de 70 mil mujeres del Nurses’ Health Study durante el 2004 y 2012 para medir cómo veían su futuro, sus niveles de optimismo y otros factores como raza, presión arterial, dieta y actividad física. El estudio reveló que las mujeres que obtuvieron puntajes más altos en la escala de optimismo tuvieron un riesgo casi 30 por ciento menor de morir por enfermedades cardiacas, respiratorias, infecciones, cáncer o accidentes cerebrovasculares, en comparación con las mujeres menos optimistas.

https://www.milenio.com/estilo/sonrie-ser-feliz-alarga-la-vida

Pudiéramos continuar con una interminable lista de estudios que ratifican lo que debería ser una obviedad, pero que por nuestro comportamiento, muchas veces, parece que estuviéramos negando: La salud mental, o dicho de otro modo, nuestra estabilidad psicoemocional (lo que incluye de manera fundamental sentirnos satisfechos con nuestro día a día), tiene un efecto directo sobre nuestra salud física. E igualmente evidente es que las circunstancias exteriores o circunstancias de vida, no son en sí mismo el factor clave para obtener dicho contentamiento. No hay más que ver cómo personas que supuestamente “lo tienen todo” para ser felices (al menos en apariencia) se sienten deprimidas e, incluso, algunas deciden quitarse esa vida aparentemente idílica. Mientras tanto, personas humildes de cualquier rincón del planeta, con recursos muy limitados y habiendo pasado por experiencias realmente traumáticas miran la vida con optimismo y se muestran muy agradecidas por lo que tienen. Resulta evidente que “cómo miramos la vida” y nuestra actitud ante ella, es lo que realmente condiciona el grado de satisfacción con esta y nuestra paz mental, factor clave para tener contentamiento, así como para disfrutar de una mejor salud física.

Una de las pruebas que realizo sistemáticamente a mis pacientes en cada visita, me permite analizar la variabilidad de la frecuencia cardíaca con relación al Sistema Nervioso Simpático y Parasimpático, así como valorar el equilibrio entre lóbulos frontales, temporales y sistema límbico (de lo que hablaré más extensamente en la parte 5 de esta obra). Después de muchos miles de valoraciones he constatado que existe una apabullante conexión entre tener un sistema nervioso en equilibrio, libre de factores del estrés o con una óptima gestión de éste, con disfrutar de una mejor salud física, así como de las expectativas físicas de supervivencia en caso de enfermedad grave. Con otras palabras, tengo pacientes que no cuidan demasiado su alimentación, ni tampoco son ejemplares en el ejercicio físico, que, sin embargo, gozan de una salud  bastante buena gracias a llevar una vida de “aceptación y optimismo”, mientras que otros pacientes muy exhaustivos con el cuidado de lo que comen (y hasta realizando deporte diario) tienen peor salud, como consecuencia de una mala gestión del estrés y/o un modo de pensar más pesimista, “plagado” de pensamientos reiterativos que les restan paz mental.

No me entiendas mal, apreciado lector, sigo opinando que debemos procurar llevar una alimentación saludable, “sin venda en los ojos” (como ya explicaba en mi primer libro hace más de 15 años), además de realizar ejercicio físico regular, como pilares fundamentales en el cuidado de la salud. No obstante, “si somos lo que comemos…, más aun lo que pensamos”.

Continuará…