El cerebro: cómo el sueño de calidad lo repara y limpia
La utilidad del sueño ha sido un difícil escollo para los partidarios de la teoría evolucionista, ya que desde el punto de vista de la adaptación y supervivencia, los expertos sugerían que ese período de “desconexión” implicaba importantes inconvenientes, sobre todo si los depredadores estaban al acecho. Algunos llegaron a considerar al sueño como “uno de los mayores errores de la evolución”. Filósofos y científicos han especulado durante siglos sobre la utilidad del sueño.
Hace ya unos cuantos años que se ha podido demostrar que el sueño ayuda a almacenar y consolidar los recuerdos, pero lo cierto es que un acto que nos ocupa 1/3 de nuestra vida debería de tener un propósito aún más trascendente desde el punto de vista biológico. Pongamos un ejemplo simple. Una persona que viva 80 años, si tiene un sueño saludable pasara… ¡23 a 26 años de su vida durmiendo!. El sueño nos ayuda a recuperar energía, es cierto, a descansar, pero ¿solo eso?…
Parece que “una luz” se abrió ante nuestros inquietos cerebros cuando la revista Science publicó, en el otoño del 2013, los trabajos realizados por Investigadores de la Universidad de Rochester (EEUU), liderados por Maiken Nedergaard, codirectora del Centro de Neuromedicina Traslacional de la Universidad. Seguramente, estimado lector, este estudio no te sonará mucho, a no ser que seas profesional de la salud, pero trataré de explicarte la trascendencia del mismo, en lenguaje sencillo.
Muy probablemente sabrás que uno de los mecanismos fundamentales para canalizar las sustancias tóxicas de nuestro organismo para ser eliminadas es el Sistema Linfático, compuesto por los vasos linfáticos (canales que actúan a modo de “tuberías”) que trasportan el líquido linfático (linfa) a modo de extensa red que atraviesa órganos claves como el bazo, las amígdalas, el timo y la médula ósea, permitiendo una interacción extraordinaria entre el sistema inmunitario, que chequea la presencia de bacterias y otros antígenos, y los órganos encargados de la eliminación de tóxicos. Los ganglios linfáticos actúan a modo de “centros de control” y como es conocido se inflaman ante una infección en curso. Las dos funciones básicas, por tanto, del Sistema Linfático son la defensa del organismo y filtrado y canalización de toxinas.
Pues bien, aunque recientemente (junio del 2015, revista Nature) investigadores de la Universidad de Virginia (EE.UU.) han podido demostrar que los vasos linfáticos también acceden al cerebro a través de unos pequeños conductos de los senos venosos durales y esto ha sido algo absolutamente inesperado, igual de inesperado fueron los resultados del estudio que antes mencioné de la Universidad de Rochester, que demostró que el cerebro tiene su propio mecanismo de detoxificación y “limpieza”. Este es un breve resumen de los hallazgos:
Es sabido que las moléculas tóxicas que intervienen en los trastornos neurodegenerativos se acumulan en el espacio entre las células del cerebro, es decir, en el tejido glial (este tejido, compuesto por células gliales, es de 5 – 10 veces más abundante que las propias neuronas, es lo que da cohesión en el tejido cerebral y existe una gran interdependencia entre las células gliales y las neuronales). En este estudio, los investigadores comprobaron que este sistema se podía analizar cuando inyectaban a los ratones con la beta-amiloide, una proteína asociada con la enfermedad de Alzheimer y median el tiempo que duraba en sus cerebros cuando estaban dormidos y cuando estaban despiertos. La beta-amiloide desapareció más rápido en los cerebros de los ratones cuando estaban dormidos, lo que sugiere que el sueño normalmente despeja moléculas tóxicas.
A este sistema endógeno-cerebral de drenaje se le ha venido a llamar ‘sistema glinfático’, que suple el papel del sistema responsable de la eliminación de residuos celulares en el resto del cuerpo –el sistema linfático–.
Gracias a la última tecnología de imagen por microscopía de dos fotones, los investigadores pudieron observar en los ratones –cuyos cerebros son muy similares a los seres humanos– una especie de sistema de tuberías en los vasos sanguíneos del cerebro que permite al líquido cefalorraquídeo ‘lavar’ los residuos e incorporarlos al sistema circulatorio para acabar, finalmente, en el hígado (otra vez uno de nuestros protagonistas), que elimina de la sangre las sustancias nocivas para el organismo. Además, los investigadores encontraron que, durante el sueño, las células gliales del cerebro se contraen un 60%, lo que permite que los residuos se eliminen con mayor eficacia. Es decir, durante el sueño el tejido glial se contrae para dejar que el líquido cefalorraquídeo fluya limpiando con mayor facilidad los residuos y tóxicos.
- Xie; H. Kang; Q. Xu; M.J. Chen; Y. Liao; T. Meenakshisundaram; J. O’Donnell; D.J. Christensen; J.J. Iliff; T. Takano; R. Deane; M. Nedergaard; C. Nicholson. “Sleep Drives Metabolite Clearance from the Adult Brain». Science, 18 de Octubre de 2013.
Lo podemos decir, todavía, de manera más sencilla: CUANDO DORMIMOS “LIMPIAMOS” NUESTRO CEREBRO de proteínas y moléculas que a medio-largo plazo pueden resultar nefastas para nuestra salud e incluso provocarnos una patología neurodegenerativa. Pero lo contrario también es cierto, por desgracia. Quien durante años no duerme lo suficiente está multiplicando las posibilidades de terminar con una patología de este tipo.
Son varios los aspectos bioquímicos que se han establecido claramente en las enfermedades neurodegenerativas, y son comunes a la mayoría de ellas (Parkinson, Alzheimer, Demencias Frontales, etc): estrés oxidativo, inflamación y destrucción de la glia (ver recuadro Tejido Glial). Tampoco es extraño encontrarnos con presencia de ciertos metales pesados, como el aluminio, el plomo, el arsénico o el metilmercurio en el tejido cerebral.
Tejido glial.
Durante décadas los neurocientíficos pensaban que este tejido servía de poco y todo el protagonismo de la bioquímica cerebral se lo llevaban las neuronas. Sin embargo, los últimos estudios indican que la glía desempeña un papel vital en las comunicaciones de las células cerebrales, y quizá también en el desarrollo de la inteligencia humana. Tras la muerte de Albert Einstein, reputados científicos investigaron durante 30 años su cerebro y comprobaron que ni era de tamaño superior a lo normal ni contenía un número muy superior de neuronas, pero si observaron algo curioso: Tenía un mayor número de unas células gliales, especialmente en la corteza asociativa, un área cerebral relacionada con la imaginación y el pensamiento complejo. Tardaron un tiempo en darle a este descubrimiento el valor adecuado. Subestimaron a las células gliales ya que pensaban que solo las neuronas se comunicaban entre sí. Afortunadamente, para eso está la buena ciencia, hoy sabemos que se pueden comunicar por medios químicos (no electroquímicos como las neuronas), “hablan con sus hermanas mayores” las neuronas y colaboran con ellas para que dicha comunicación sea fluida, resultando vitales en la calidad de la sinapsis. Por ejemplo, sin los astrocitos (un tipo de células gliales) la comunicación entre neuronas se vería seriamente comprometida. http://www.brainfacts.org/Brain-Basics/Neuroanatomy/Articles/2010/Glia-the-Other-Brain-Cells |
En el año 2006 The Lancet reconocía la presencia de 202 sustancias químicas perjudiciales para el cerebro con las que estamos en contacto habitual y que serían factores que pueden inducir alteraciones neuroconductuales y neurológicas, aunque también reconocía que son unas 1.000 realmente las que se han mostrado neurotóxicas en animales. Entre las 202 nos encontramos algunas muy comunes:
- metanol, usado como aditivo en combustibles
- acetona, para quitar barniz de uñas
- anilina, para pesticidas y colorantes
- acrilamida, usada en adhesivos y tintas
- estireno, para hacer plásticos
- tricloroetileno, usado en el lavado en seco
- ciclohexano, para fabricar nylon
«El cerebro humano es un órgano precioso y vulnerable» recordó el doctor Phillippe Grandjean, jefe de la investigación, y agregó “y ya que la función cerebral óptima depende de la integridad del órgano, incluso un daño limitado podría tener serias consecuencias».
Dr, Prof. P. Grandjean et Prof PJ Landrigan, MD. Developmental neurotoxicity of industrial chemicals. Volume 368, No. 9553, p2167-2178, 16 December 2006. The Lancet.
El sistema glinfático, explicado anteriormente, resulta esencial en el drenaje y eliminación de muchas sustancias químicas tóxicas. Todos los que trabajamos con técnicas de detoxificación, desde hace décadas, sabemos de la dificultad de utilizar compuestos que superen la barrera hematoencefálica y favorezcan dicho drenaje. Es más, aun utilizando tratamientos eficaces (porque las analíticas y la sintomatología nos demuestran dicha eficacia) muchas veces desconocemos con precisión el mecanismo que ha logrado una reducción en dicha toxicidad. En nuestro Instituto utilizamos diversas técnicas analíticas para la detección de metales pesados, y personalmente, lo hago siempre que tengo en consulta niños con problemas neurológicos, especialmente idiopáticos, y aunque la mayoría de ellos son síndromes con un componente genético comprobado, la reducción en dichos tóxicos siempre lleva implícita una mejora conductual o comportamental obvia. Volviendo al tema que nos ocupa, en todos los casos, debe ser una estrategia prioritaria establecer unos buenos hábitos de sueño, para que el sistema glinfático funcione lo mejor posible.
Recuerdo ahora a un gran amigo al que durante años le escuche decir con naturalidad que él no necesitaba tantas horas de sueño como la mayoría. Para él era normal dormir de 3 – 5 horas cada día y aprovechaba el tiempo que esta circunstancia le brindaba para leer y leer. Siempre terminaba los libros que leíamos en común antes que ninguno de sus amigos. Durante el día era muy activo, incluso hizo deporte de un tipo u otro durante años, además disfrutó, y a día de hoy disfruta, de muchos y buenos amigos. Es de esas personas que siempre quieres tener cerca por su autenticidad, por su bondad de corazón, por su sincero espíritu altruista. Para los que le queremos fue un duro golpe ver que con cuarenta y tantos años le diagnosticaron Parkinson y aunque ya ha pasado más de una década, no puedo dejar de pensar si esa falta de sueño pudo, junto con otros factores, influir en el origen de lo ocurrido.
Continuará…