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Nos educan en el «pórtate bien», «se obediente» y «si no te gusta, te aguantas» sin reparar en cómo afectará esa ‘domesticación’ a nuestro yo adulto. «Son guiones de vida que quedan interiorizados y se cumplen porque nos parece que es lo normal y que somos de esta manera. No somos del todo conscientes de que llevamos encima tales patrones y lo peor es que nos sentimos mal si no los cumplimos. Por eso, es necesario tomar consciencia de nuestras herencias y observar qué hemos decidido realmente y que no», afirma Xavier Guix, psicólogo y autor de ‘El problema de ser demasiado bueno’ (Arpa Editores).

A pesar de la pesada carga que todo esto conlleva, Guix nos anima a que «no lo veamos de forma dramática, sino bien intencionada. Aunque, como dijo Oscar Wilde, ‘con las mejores intenciones se han hecho los peores desastres'». Al final, subraya, «nuestros padres hicieron con nosotros lo mismo que les hicieron sus padres o, por defecto, hicieron todo lo contrario. En cualquier caso, soy de los que piensan que a los hijos hay que acompañarlos y darles pautas y límites, pero no quererlos moldear a nuestra imagen y semejanza. Tienen sus propias tendencias».

En principio, no nacemos siendo buenos o malos, «sino con el potencial de alcanzar nuestra máxima realización, es decir, para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos y su mayor expresión virtuosa es la bondad. Solo que tal proceso no es lineal, no vamos de bien en bien, sino que, muchas veces, experimentamos el mal, incluso, para comprender mejor el bien. Por desgracia, algunas personas se condenan a ser siempre malas, así como otras no pueden dejar de ser buenas».

¿Dónde está la delgada línea roja que separa esa obediencia en la que nos educan de la sumisión? «La sumisión y, con ella, la complacencia es una mala interpretación de querer lo mejor para los demás. El propósito es noble, pero su realización acaba por perjudicar a la persona que va olvidándose de sí misma y convirtiendo los deseos de los demás en su propia vida. La sumisión crea dependencia y una anulación de la autoestima»

«De niños buenos a mayores resentidos», sostiene en su libro. ¿Por qué? «Porque uno se ha pasado la vida correspondiendo a los demás, creyendo que así lo tendrían en cuenta y lo querrían para descubrir, tarde y mal, que ser tan bueno no ha hecho que lo quieran más, sino que lo usen. Darse cuenta de ello lo mete a uno en un sentimiento de injusticia que se resuelve alejándose del mundo y de las relaciones. Se envejece con resentimiento».

Lo que se acaba por generar es «la necesidad de que lo exterior te confirme que eres acertado, que lo haces bien, que no te equivocas. Muchas personas no hacen nada hasta tener la seguridad que serán aprobadas, de lo contrario, quizás no soportarían el peso del rechazo social».

Y, en este escenario, emerge también ese esfuerzo que se proclama como el secreto del éxito. «Durante mucho tiempo, se ha insistido en que tenemos que tener voluntad, sobre todo, para querer lo que no queremos. Pero la voluntad no es un esfuerzo, sino una dirección. Todo esfuerzo tiene sus límites y, cuando se llega al sobresfuerzo, es el momento indicativo de parar. Pero algunas personas han entendido que nada tiene sentido si no viene precedido de un gran esfuerzo».

Guix nos advierte de que la práctica de la mala bondad consistiría, básicamente, «en la capacidad de ser muy buenos para los demás, a costa de perjudicarnos a nosotros mismos. Por eso, cuando decimos de alguien es demasiado bueno, lo que realmente estamos expresando es que esa persona es muy ingenua, demasiado condescendiente, poco conflictiva, muy complaciente y que aguanta todo lo que le echen. Es decir, que le toman el pelo, pero se somete a ello«.

¿Hay alguna manera ‘correcta’ de ser bueno? «El planteamiento es el siguiente: más que ser buenos, hay que hacer el bien. La bondad, como virtud, debe traducirse en acción y su acción es hacer el mayor bien posible. Eso sí, hay que empezar por hacerse el bien a uno mismo, respetarse, valorarse. Entonces no hay que querer ser buenos, sino hacer el bien. Y, a veces, hacer el bien implica ser firmes y no obedientes, como sabrán los padres y madres que nos lean».

La parte más difícil de todo esto radica en «superar la angustia que produce el no ser todo lo buenos que queremos ser. Hay personas que no pueden dejar de ser buenas, incluso, cuando el contexto o situación que viven les exige otro tipo de comportamiento. Por eso, a los que siempre van de buenos se los trata de bobos o ingenuos. ‘Eres demasiado bueno’, les dicen».

Porque hay bondadosos que, en su extrema bondad, hasta se emparejan por no hacer daño. «El problema es que no llegan a enamorarse, sino que, viendo a la otra persona tan enamorada, no la quieren decepcionar, no saben decirle que no y, entonces, se acomodan a la relación por el ‘me sabe mal’. Solo que, a la larga, esta buena intención peca de insostenibilidad. Y, para entonces, el mal es mucho mayor».

Otro de los problemas de ser ‘demasiado bueno’ es que siempre se piensa que el malo es uno mismo, que siempre tiene la culpa. «Hay, al menos, dos motivos que lo explican: el primero es arrastrar un eterno sentimiento de culpa ya desde pequeños. El segundo es la imposibilidad de sostener un conflicto. Prefieren autoinculparse que estar un rato discutiendo con los demás. Por otro lado, la autoinculpación también es un síntoma de sumisión, de miedo a perder al otro».

En este sentido, aclara, «hay dos síntomas más que denotan sumisión. Uno es la dependencia y, por tanto, una obediencia ciega, y el otro, la autoprivación, es decir, priorizar siempre al otro o a los demás, renunciando a lo que quisiéramos».

¿Cómo podemos detectar que nos pasamos de buenos y qué podemos hacer para corregirlo (si es que se puede)? «El cuerpo es sabio y nuestra intuición interior, también. Cuando hay algo que no se corresponde con lo que sentimos se produce una disonancia, como un pellizco interior que nos advierte de que algo no anda bien. O aparece esa sensación de angustia en el pecho. El problema de ser demasiado bueno es que, en lugar de hacer caso a esa brújula interior, seguimos actuando para quedar bien. Por eso, hay que aprender a escucharse a uno mismo, poner límites y decir que no cuando es no».

https://www.elmundo.es/vida-sana/bienestar/2024/05/20/664369ef21efa078418b45a7.html