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Los genes que heredamos de nuestros padres determinan nuestro color de ojos o si padeceremos daltonismo. Pero, desde hace un par de décadas, ha quedado claro que los genes no lo son todo en la herencia. Las investigaciones están mostrando el papel fundamental de la epigenética, un conjunto de cambios químicos que «encienden» y «apagan» los genes –de ahí el nombre de epigenética, es decir, alrededor de la genética–. Estos cambios epigenéticos son heredables y además son modificados por el ambiente en el que vivimos. De esta forma, las vivencias de una persona, incluyendo el clima o la alimentación, no solo modifican el funcionamiento de su propio ADN, sino también el de sus hijos.
 
En este sentido, hasta ahora se ha observado la influencia de mecanismos epigenéticos en la aparición varios tipos de cáncer y en enfermedades cardiovasculares, neurológicas, reproductivas e inmunes.
 
Pero, además, en los últimos años se ha averiguado que el sufrimiento también provoca cambios epigenéticos que influyen en la vida de los descendientes. Por ejemplo, se ha observado que los hijos y los nietos de ratones que han aprendido a temer un olor, a base de descargas eléctricas, también muestran señales de ansiedad ante ese aroma.
 
 
En humanos, se ha constatado que los hijos concebidos durante la gran hambruna que sacudió Holanda en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, sufrieron enfermedades cardiovasculares y obesidad con mayor probabilidad a causa de estos efectos. Otra investigación concluyó que los hijos de supervivientes del Holocausto mostraban una transformación química en una región del ADN asociada con el estrés. Y, por último, también se ha mostrado que las agresiones racistas provocan cambios en los hijos de las víctimas, en genes que influyen en la esquizofrenia, el desorden bipolar y el asma.
 
Hasta ahora, casi todo lo que se ha descubierto sobre la herencia epigenética en general, y en relación con el sufrimiento en particular, está relacionado con la herencia materna. Pero los últimos estudios están mostrando que los hábitos y vivencias de los machos también provocan cambios epigenéticos que se transmiten a sus descendientes varones, a través del cromosoma Y.
 
Los hijos de la guerra viven menos
 
La semana pasada se publicó un estudio en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences en el que se aprecia este efecto de la epigenética asociada al cromosoma Y. Investigadores en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), en Estados Unidos, dirigidos por Dora Costa, han concluido que los traumas sufridos por los padres pueden acortar la esperanza de vida de sus hijos.
 
En concreto, los investigadores han estudiado los historiales de vida de miles de hijos de prisioneros de la Guerra de Secesión, ocurrida entre 1861 y 1865. Los autores se centraron en soldados unionistas que fueron prisioneros de guerra de los confederados entre los años 1863 y 1864, porque estos sufrieron unas condiciones de vida extremadamente duras. La malnutrición y el hacinamiento eran la norma, las muertes por diarrea y escorbuto muy frecuentes.
 
El trabajo comparó la esperanza de vida de los hijos de unionistas que sobrevivieron a la guerra pero que no fueron prisioneros, con los que sí que fueron capturados. Además, compararon la dureza de varios campos de prisioneros. Así observaron que los efectos sobre la mortalidad de los hijos eran mayores cuanto más duras fueran las condiciones que vivieron sus padres.
 
Después de descontar el peso de factores socioeconómicos, Costa concluyó que los hijos de los prisioneros de los peores campos eran 1,11 veces más proclives a morir después de los 45 años.
 
«En un principio pensé que el factor clave en la longevidad de los hijos era el estatus socioeconómico de los padres», dijo Costa en un comunicado de la UCLA. «Pero entonces empecé a observar que el efecto solo aparecía en los hijos varones –lo que está en consonancia con una causa epigenética asociada al cromosoma Y de los prisioneros– y solo en los hijos nacidos después de la guerra».
 
«Por eso, el efecto parece tener una causa epigenética relacionada con el periodo de inanición que esos hombres pasaron», dijo Costa.
 
Otro dato que apoya esta hipótesis es que la mayoría de los hijos de los prisioneros murió de cáncer y de hemorragias cerebrales, dos causas que en investigaciones con ratones ya se han vinculado con la herencia epigenética de la inanición. Sin embargo, conviene destacar que esta investigación solo se basa en datos estadísticos y que no ha hecho ningún análisis genético, por lo que no se pueden establecer relaciones de causa-efecto.
 
Randy L. Jirtle, investigador en epigenética de la Universidad del Estado de Carolina del Norte (EE.UU.) no implicado en la investigación, ha dicho en The Atlantic que la causa de esta reducción de la esperanza de vida puede estar en el estrés de guerra y en la malnutrición que vivieron los prisioneros: «El estrés sobre los sistemas lleva a la maquinaria celular a activar o a no activar los marcadores epigenéticos».
 
Jirtle ha dicho que este estudio puede explicar por qué los estados del sur de Estados Unidos, que tuvieron mayores carencias de comida durante y después de la Guerra de Secesión, hoy en día siguen teniendo peores niveles de salud global.
 
Además de todo esto, la investigación dirigida por Dora Costa ha constatado que la herencia negativa de la inanición fue neutralizada gracias en los casos en los que las madres accedieron a una buena nutrición durante el embarazo, gracias a su riqueza.
 
Herencia por hacer deporte
 
Aparte del sufrimiento, una investigación publicada esta misma semana ha revelado que los hábitos «deportivos» de los padres también acaban influyendo, por medio de la epigenética, en los hijos varones. Al menos entre los ratones.
 
Investigadores de la Universidad de Stanford (EE.UU.) han publicado un artículo en Diabetes donde han mostrado que los machos que hicieron ejercicio a lo largo de unos experimentos tuvieron hijos varones más sanos que los que no lo practicaron. Unos y otros fueron alimentados con altas cantidades de grasa, pero solo un grupo corrió hasta seis kilómetros al día en una rueda.
 
Los resultados indican que las crías heredaron el metabolismo de sus padres. En concreto, adquirieron su capacidad de responder a incrementos en los niveles de glucosa en sangre sin disparar los niveles de insulina. Además, estos efectos se prolongaron durante un año entero y con independencia de los hábitos de las crías.
 
A pesar de todos estos descubrimientos, todavía es un misterio saber cómo se transmite esta influencia epigenética de padres a hijos. Los estudios más recientes indican que el ADN de los espermatozoides transportan marcas epigenéticas, basadas en unas proteínas llamadas histonas, que son de gran importancia para la descendencia.
 
https://www.abc.es/ciencia/abci-epigenetica-causa-ninos-heredan-sufrimiento-padres-201810240230_noticia.html#ns_campaign=rrss&ns_mchannel=abc-es&ns_source=fb&ns_linkname=cm-general&ns_fee=0