La expresión “ser cerrado de mente” está integrada en el lenguaje popular desde hace mucho tiempo. Se trata de esa expresión que empleamos cuando algún conocido presenta rigidez mental, es decir, no entiende o no quiere entender un punto de vista distinto al suyo. O por el contrario, aquel que con tal de llevar la razón, pierde un poco los nervios al intentar convencernos de nuestro error.
Así que podríamos decir que, convencionalmente, cuando hablamos de alguien “cerrado de mente”, pensamos en una persona que desecha planteamientos, ideas o perspectivas distintas, para acomodarse y “cerrarse” en sus ideas y esquemas mentales propios. En definitiva, aquel que intenta acoplar el mundo a su propia cabeza y no a la inversa.
Esta expresión, como muchas otras que también se han popularizado, tiene sus matices cuando nos referimos a ella desde la psicología. Así, podríamos decir que la expresión de “ser cerrado de mente” ha tenido diferentes variantes dentro de la psicología como disciplina. Nosotros nos centraremos en dos de ellos, por su proximidad a nivel de significado.
La Rigidez mental
La rigidez mental implica una falta de flexibilidad y apertura mental para ver planteamientos desde diferentes perspectivas, para soportar la crítica sobre algo que tomamos como cierto y para vivir en vez de sobrevivir. Como término, ha sido utilizado frecuentemente en psicología clínica, ya fuese como fenómeno, síntoma o rasgo de personalidad. Estos son algunos ejemplos:
- Como fenómeno clínico, el psicoanálisis empleó la rigidez mental como una resistencia del paciente al cambioo a algún contenido que desea evitar. Esta definición tiene mucho sentido y más relación aún con la expresión que empleamos a diario. Un ejemplo sería la rigidez mental del paciente ante el amor o el compromiso, complicando el trabajo sobre estos temas.
- También se ha visto muy asociado a esta rigidez el concepto de la “cona de confort“. En ella, la rigidez mental actúa cortando esas alas necesarias para la imaginación, la mejora y la ampliación de nuestra zona de confort, explorando nuevos lugares.
- Como síntoma, podemos ver esa rigidez mental en trastornos como el síndrome de Asperger, las demencias seniles o el trastorno obsesivo compulsivo. Siempre con el significado que hemos mencionado antes.
- Aunque, realmente, como más extendido está el concepto de rigidez mental es como “rasgo de personalidad”. Esto quiere decir que generalmente en psicología clínica, se habla de la rigidez mental como un conjunto de características mentales, emocionales y conductuales (aunque fundamentalmente mentales) que se presentan juntos de manera estable. Así, podemos hablar de un continuo con dos polos opuestos: alta y baja rigidez.
La necesidad de cierre cognitivo
Este segundo significado del término le da una pequeña vuelta de tuerca a esos amigos cerrados de mente. La necesidad de cierre cognitivo hace referencia a la necesidad de eliminar la incertidumbre que nos plantea algún pensamiento o situación. Esta necesidad se pondría en marcha motivando a la persona a dar una respuesta simple. A mayor necesidad de cierre, más energía se empleará en la aceptación de la respuesta y en su defensa.
Aunque esto no implica que la respuesta sea buena, cierta, genuina o simplemente sana. Pero, ¿qué tiene que ver esto con los cerrados de mente? Muy simple. Imaginemos que un día comienza a caer ceniza del cielo. Algo inexplicable en principio, no hay ningún volcán cerca, ni nada que pueda producir cenizas a tan gran escala.
Lo que diría un cerrado de mente, o alguien que tuviese una alta necesidad de cierre cognitivo, es que no es ceniza. Es nieve. Y punto, no le daría más vueltas. Como decíamos, a mayor necesidad de cierre, más urgencia en una respuesta, aunque esta no sea cierta.
Ahora imaginemos que esta situación sí que implica emocionalmente a la persona. Digamos que un familiar ha fallecido. La persona con una alta necesidad de cierre -no olvidemos las diferencias individuales- intentará dar respuesta a esa gran incertidumbre que es la muerte de forma tajante y posiblemente más dolorosa si cabe. Culpará a los médicos, canalizando su odio o sentirá culpa por sus errores con el fallecido.
Los escenarios posibles son muchos, pero todos comparten la característica de la inmediatez y el ímpetu, cuando hay momentos en los que esos factores no ayudan. Esta es la característica que comparte la necesidad de cierre cognitivo con la expresión “ser cerrado de mente”. Esta es la inmediatez y la baja tolerancia a la incertidumbre, lo que empuja a responder y no a buscar una nueva alterantiva de respuesta. .
¿Eres cerrado de mente?
La respuesta a esta pregunta se puede dividir en dos partes.
Repasemos… Hemos hablado de rigidez como un subrasgo de personalidad mayoritariamente cognitivo y como la necesidad de cierre mental como mecanismo para superar la incertidumbre.
Empezando por la primera, hemos de ser honestos con nosotros mismos y preguntarnos si somos más de buscar explicaciones o de darlas. Si dejamos terminar a nuestros amigos cuando hablan, si permitimos que de vez en cuando la curiosidad gane a la tentación de quedarnos con la primera alternativa de respuesta o si somos capaces de vivir con preguntas, probablemente estemos lejos de ser alguien cerrado de mente.
Como ya podemos intuir, ser rígidos o no es una cuestión personal. Y, por ello, obviamente, pierde el sentido decir cosas como “soy menos rígido que tú”, cuando la escala la determina cada uno.
Por otro lado, en cuanto a la necesidad de cierre, hemos de decir que, pese a haber escalas y tests para medirla (Webster y Kruglanski, 1994), al final, en términos de andar por casa, la realidad es que sí lo somos. Tenemos necesidad de cierre.
Y es que no existe nada más humano que buscar la eficiencia mental y la evitación del malestar que supone no entender algo. Más aún si en ese algo están implicadas nuestras emociones. ¿Quién podría culpar al familiar del ejemplo por sus sentimientos ante la muerte?
En conclusión, no podemos olvidar la clave de este artículo. Todo se puede situar en un continuo, limitado por dos polos. Es difícil ser o no ser rígido. Tener o no tener necesidad de cierre. A fin de cuentas, pese a que podamos medir estos factores, el fondo del problema solo lo manejamos nosotros.
Así que, quizás nuestro trabajo no resida tanto en ser más o menos cerrado, sino en comprender por qué lo somos y en qué medida nos perjudica.
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